Inédito análisis encontró una fuerte relación entre el emplazamiento de las viviendas y denuncias por este delito
Sitios donde se ubican casas sociales tienen altas tasas de violencia familiar
Lorena Letelier
Los especialistas estiman que el reducido tamaño de las viviendas también contribuye a generar condiciones propicias para la violencia intra familiar.
El emplazamiento de las poblaciones con viviendas sociales coincide con las zonas que concentran la mayor tasa de denuncia de violencia intrafamilar en Santiago. Así de categórica es la afirmación contenida en un estudio realizado por la Corporación de Estudios Sociales y Educación (Sur), que analizó los efectos de la política de vivienda practicada durante los últimos 20 años en el país.
Según la investigación -que reconoce la disminución del déficit habitacional en los últimos años-, problemas como la calidad de las viviendas, la densidad territorial y la ubicación geográfica han generado descontento entre los habitantes de estas poblaciones, que anhelan cambiarse de vivienda.
Alfredo Rodríguez, arquitecto y director de Corporación Sur, explicó que tras el análisis de 489 conjuntos habitacionales -un total de 202.026 viviendas- financiados por el Ministerio de Vivienda entre 1998 y el 2001 y la aplicación de una encuesta a 1.700 residentes, se detectó que un 64,5% de los usuarios de las casas querían dejarlas.
Entre la razones dadas por las personas estaba la mala convivencia con los vecinos (52,6%) y la vergüenza y miedo que sentían de su barrio (90%).
Ante este panorama, el organismo buscó confrontar la mala percepción de los ocupantes de las viviendas sociales con las denuncias de violencia intrafamiliar. ¿El resultado? El cruce de la información georreferenciada de los conjuntos habitacionales coincidía en gran medida con la localización de la violencia intrafamiliar.
Por ejemplo, comunas como Puente Alto, La Granja, Lo Prado y San Bernando registran tasas de denuncias superiores a 500 por cada 100 mil habitantes.
Rodríguez dice que en los últimos 20 años se han construido alrededor de 200 mil viviendas sociales utilizando el subsidio habitacional. La mayoría de estas casas han sido diseñadas como blocks de dos o tres pisos con departamentos enfrentados, sin posibilidad de ampliación o mejoramiento.
El investigador ilustra el problema con un dato: a principios de los 80, cuando se erradicaron los campamentos, se trasladó a los pobladores a viviendas básicas con lotes de entre 100 y 120 metros cuadrados. Durante los 90, los lotes fueron reducidos a 60 metros cuadrados. En la práctica, en algunas sectores de Santiago donde la densidad población llega hoy a un promedio de 400 habitantes por hectárea, mientras que el promedio de la capital es del 85 habitantes por hectárea.
Cambio de eje
Esta realidad ha generado, según el análisis de Sur, una transformación del tema de la vivienda: se ha pasado del problema de los «sin casa» a los «con techo».
«La satisfacción por la vivienda propia tan anhelada se desvanece rápidamente a los dos o tres años de vivir allí», dice Rodríguez, quien agrega que «nuestra experiencia afirma que el gran problema habitacional de hoy es el de las familias que habitan esas viviendas».
Al igual que en una de las historias de la película «El chacotero sentimental», problemas como la falta de privacidad, la residencia de dos o más familias por casa-habitación y la ubicación periférica de las poblaciones merma la relación intrafamiliar, pudiendo generar episodios de violencia.
«El análisis de las exitosas cifras de construcción de viviendas sociales no basta por sí solo, porque los efectos de la segregación, la inseguridad y el hacinamiento sobre las familias y las personas generan nuevos problemas, que son de alto impacto para la sociedad y el Estado», dice Rodríguez.
Construcciones con crecimiento inorgánico
Otro de los problemas asociados a las viviendas básicas es que la mayoría no cuenta con posibilidad de ser ampliada por sus habitantes. Además, muchos de estos conjuntos no cuentan con espacios públicos que permitan establecer áreas de reunión para la comunidad y que, en parte, ayuden aplacar la falta de espacio dentro de las casas.
Pese a ello, los pobladores han buscado formas de ganar terreno y han ideado sistemas como la construcción de palafitos adosados a los blocks de departamentos. En otros casos, han crecido hacia los lados con obras de material precario que rompen con el lugar.
Alfredo Rodríguez, director de SUR, afirma que este crecimiento inorgánico se ha convertido en las «nuevas callampas», aludiendo a los campamentos generados tras tomas de terrenos, por lo que insiste en la necesidad de que se revise el modelo de las viviendas sociales, de manera que se permita un mayor dinamismo en la construcción.